Comunicado. En México, el 36.9% de las personas adultas viven con obesidad, y de no tomarse acciones, para 2030 podría alcanzar el 45%. Aunque suele pensarse que esta condición se atiende únicamente con alimentación o ejercicio, existen factores emocionales como el estrés, la ansiedad o la tristeza, que llevan a comer sin hambre real. Este fenómeno, conocido como hambre emocional, es una causa silenciosa que muchas veces pasa desapercibida.
“El hambre emocional es un motor silencioso del aumento de peso. Cuando las personas buscan en la comida un alivio a las emociones, quedan atrapadas en un círculo difícil de romper; identificarlo es el primer paso para transformar la relación con los alimentos”, explicó Eduardo Goicoechea, especialista en obesidad y conducta alimentaria.
No atender oportunamente esta situación tiene consecuencias serias para la salud. Entre las complicaciones más comunes se encuentran la diabetes tipo 2, hipertensión arterial, niveles elevados de colesterol y triglicéridos, enfermedades cardiovasculares, hígado graso, apnea del sueño, problemas articulares y al menos 13 tipos de cáncer. Además, las repercusiones no son solo físicas, ya que pueden afectar la salud mental, incrementando el riesgo de depresión, ansiedad y baja autoestima.
A nivel mundial, se estima que para 2035 habrá 4,000 millones de personas con obesidad si no se toman medidas efectivas. Este dato resalta la urgencia de prevenir este problema hoy, pues afecta la salud inmediata e incrementa el riesgo de enfermedades graves a largo plazo.
“El manejo del peso requiere un enfoque multidisciplinario, es decir, atención médica, orientación nutricional, apoyo psicológico y cambios en el estilo de vida. Las personas no necesitan críticas ni juicios, necesitan apoyo para cambiar de forma sostenible y sentirse acompañadas en el proceso”, señaló Goicoechea.
En este tipo de enfermedades crónicas, contar con un seguimiento continuo y personalizado resulta fundamental. El tratamiento debe adaptarse a las necesidades específicas de cada persona y complementarse con apoyo psicológico, que facilita la adaptación al proceso y mejora la adherencia a largo plazo. Este enfoque integral es clave para optimizar el pronóstico y devolver calidad de vida a quienes viven con esta condición.
La prevención y el acompañamiento oportuno son fundamentales para frenar el avance de esta problemática en la población. Reconocer que el bienestar físico y emocional están profundamente conectados permite abrir el camino hacia soluciones más empáticas, efectivas y sostenibles, tanto a nivel individual como colectivo.